FUENTE; http://www.elmundo.es/madrid/2015/10/28/562fd06fca4741cc2f8b45cc.html
«Hay un momento en el que crees que la vida es eso.
Que tú eres así, débil. Que la gente es mala.
Que no sólo es que haya unas niñas malas que te fastidian: es que los
profesores lo permiten, e incluso participan. Y empiezas a pensar que es
mejor que tu madre no vaya a quejarse al colegio. Porque cada vez que
va, la cosa empeora. Primero no quieres ir al colegio. Luego no quieres
salir de casa. Y al final ya no quieres salir ni de tu habitación».
María
tiene ahora casi 19 años. No va a clase, sino que estudia en casa.
Cuenta su historia como quien narra una película. Como hablando de otra
persona. Con una serenidad desusada, aplastante. Un ejemplo:
«Y sí, yo vi que no había otro camino, que tenía que suicidarme», dice María. Y no mueve una ceja.
A
su lado su madre tiembla, enlaza un cigarro tras otro, suspira
sonoramente. Un poco más allá, en un discreto segundo plano, su abogado
suelta una carcajada desdramatizadora y se dirige a la chica:
«¡Ahora sí que estamos en marcha! ¡Pero si no te acuerdas ni de la mitad! Cuánto me alegro, de verdad».
Cuando
tenía 14 años, buscando el sueño eterno, María se tragó 12 pastillas de
lormetazepam y pasó dos días en la UCI del Hospital San Rafael. Antes,
durante los cinco meses en que fue desescolarizada de su colegio en
Villaverde -un tiempo en el que profesores de la Comunidad de Madrid le
dieron clase en su propia casa, de la que no podía salir porque le daba
miedo encontrarse con las acosadoras-,
«la niña intentó tirarse varias veces por la ventana», explica su madre.
La mujer colocó una silla junto al alfeizar. Para sentarse a vigilar. No era para menos. La familia vivía en un piso 12º.
Con
el tiempo, con esa capacidad de supervivencia tan inesperadamente
humana, María salió a flote. Se pasó medio curso en casa y después se
cambió de colegio. Se decidió a denunciar los hechos. La familia incluso
se cambió de casa, puso distancia con el miedo. Y María, que hace
cuatro años se acurrucaba temblando en el sofá de puro pánico, como
escribió una de sus profesoras a domicilio, se convirtió en una mujer
tan segura que habla del pasado como quien canta la lección de Historia.
Y también del colegio en que empezó todo. En cuyo comedor fue obligada,
asegura, a comerse su propio vómito. Donde los profesores «dejaban que
las otras niñas me vejaran porque decían que eso me hacía fuerte».
La
misma escuela religiosa del barrio madrileño de Villaverde en el que
estaba escolarizado el niño de 11 años que se suicidó hace hoy
exactamente 15 días.
La Policía Nacional investiga si el menor sufría
bullying: antes de tirarse por la ventana, el crío dejó una nota en la que decía que no podía volver al colegio.
Habla la madre de María: «Todo empezó cuando ella tenía 11 años. Primero empieza con dolores, con quejas.
Luego llegan las crisis de ansiedad. Le haces mil y un chequeos. Todo tipo de pruebas. Y alguien te dice que a lo mejor es psicológico. Y entonces...».
Le sucede la cría: «Al principio no te das cuenta. Tienes problemas digestivos, cosas así.
Luego sólo quieres quedarte en casa.
Me quedaba con mi madre, en la cama». El acoso, narra, comenzó por
parte de un pequeño grupo de niñas, «pero luego los profesores eran
totalmente insensibles. Una vez, la niñas me metieron la cabeza en un
plato de espaguetis y vomité. Los profesores me hicieron comerme hasta
el vómito.
"Me rompí la nariz"
En un
ejercicio, las chicas me dejaron caer en Gimnasia: me rompí la nariz,
pero los profesores ni me llevaron al hospital ni avisaron a mi madre,
que me tuvo que llevar después. Hasta ellos se burlaban: 'Es que es hija
única, es una niña muy débil, hay que aprender a hostias'. Así
pensaban, ése era el mensaje. Yo necesitaba un abrazo, y ellos sólo
respondían con indiferencia.
Hasta me llegué a mear en clase,
porque no te dejaban ir al baño. Era como el Ejército, un horror. Al
principio, cuando llegué, pensaba que los curas eran raros, diferentes.
Al final me dije: 'No. Son malos, eso es todo, son malos'».
Después
de que un psiquiatra dictaminara que María sufría acoso escolar, la
Comunidad de Madrid accedió a escolarizarla en casa. Y ahí se produjo un
interesante contraste: el de las profesoras aportadas por la
Administración regional y los del colegio religioso, cuando estos tenían
que ir a examinarla a fin de curso.
Escribía entonces una de las
primeras: «Es una niña atemorizada, con mucho miedo y ansiedad, le
cuesta salir de casa por temor a encontrase con los alumnos del centro
que parece ser que merodean por el parque cercano a su casa. Algún día
la he encontrado en el sofá atenazada por el miedo, temblorosa,
mordiéndose las uñas y arrancándose la piel de las manos. Está aterrorizada. La idea de que los profesores puedan ir a su casa la tiene atemorizada».
El director dijo que estaba fingiendo
Cuando
esta profesora acudió al centro a hablar con el director -incluso la
consejera de Educación de Madrid, Lucía Figar, tuvo que intervenir para
pedir al centro que se coordinara con ella, cosa que se negaba a hacer-,
consignó esto en un documento: «La
contestación del director fue que la niña estaba fingiendo,
que no le pasaba nada, solamente que era muy inteligente y que tenía
dominada la situación y manipulaba a sus padres. Le contesté que yo
había visto situaciones que difícilmente se pueden simular y que a los
médicos difícilmente les podría engañar». Pocos meses después, María
intentaba suicidarse.
El cambio de colegio tampoco ayudó mucho al
final. «Al principio fue bien», cuenta la chica. «Pero de pronto
aparecieron amigas de las acosadoras del otro centro. No pude superarlo.
Yo tenía apenas 14 años. Un día me encontré escondiéndome entre los
arbustos. Volví a recluirme en casa».
Sus padres acudieron
entonces a un abogado. «Llegaron contando que lo sabían todo de su hija,
que ella se lo contaba todo. Como siempre sucede, apenas sabían un 5%»,
explica el letrado, Robinson Guerrero.
Fue entonces cuando la Comunidad de Madrid envió a la Inspección al colegio, que negó la existencia de acoso escolar a María.
Los inspectores zanjaron el caso:
«La lejanía en el tiempo, los escasos datos de los que disponemos, así
como la improcedencia de llevar a cabo en el centro una investigación,
interrogando a profesores, a padres de alumnos y a éstos cuando la
alumna ya no pertenece al colegio, hacen que no sea posible determinar
cuál de las dos versiones se adecua a la realidad».
Los padres
denunciaron los hechos en los juzgados de primera instancia de Madrid.
Tras dos días de juicio, con más de media docena de declaraciones, la
juez María del Rosario Campesino no entró en el fondo del asunto y
declaró los hechos prescritos.
La Comunidad de Madrid asegura que
no actuó de oficio porque el colegio ya había investigado, y que sólo
uno de los tres informes psiquiátricos aportados entonces por la familia
hablaba de acoso, informa Olga R. Sanmartín. La Audiencia Provincial de
Madrid debe decidir ahora, ante el recurso presentado por los padres.
¿Y María? Pues María casi ya se ha olvidado de todo.
Y ya sabe lo que quiere ser de mayor: egiptóloga.